El otro día fui a que le hicieran mantenimiento al celular en Unilago y vi dos muchachitos saliendo cada uno con su caja ATX nueva y con cara de acontecimiento, casi que mirándose el uno al otro, repasando mentalmente los planes a seguir. Con contentura genuina de por fin poder armar su compu como lo quieren y hasta donde da el presupuesto. El propio o el de los papás.
El acceso masivo a los dispositivos portátiles de cómputo se da por sentado, pero hace quince años eso no existía. El iPhone era aún novedad y muchos aún andaban con su teléfono GPRS o con los viejos Symbian (sí, corrían sobre Java) para jugar algún que otro jueguito. En las universidades públicas, los avistamientos de portátiles eran raros y limitados a los que tenían más dinero. Incluso en las privadas, había servicio de alquiler de portátiles para trabajar dentro del campus. Lo común durante toda mi vida universitaria fue cargar diskettes 3.5'' primero, discos duros después (en bolsas antiestática, por supuesto), los CD regrabables a veces (cuando el amigo con unidad quemadora la prestaba; era cara) y las memorias USB al final (con sus 128 MB de poder, inicialmente).
En ese contexto, comprar un computador de marcas reconocidas entraba en una de dos opciones: un lujo o una compra de persona que no sabía nada y sólo necesitaba que funcione. Aplicaba para equipo de escritorio o portátil. Y es por eso mismo que la industria de la importación, distribución y ensamblaje de computadores de escritorio fue tan próspera aquí. El antiguo parque Gaitán dio paso a muchas construcciones (que terminaron torcidas por el suelo cenagoso) y a un gran edificio de locales comerciales especializados en preguntar qué anda buscando y en ofrecer programas, juegos, películas. Los lugares donde uno iba con lista, cual carta al niño dios, para armar su compu soñado. Cotizar y buscar la tarjeta de video al mejor precio, una board compatible con un procesador para el que alcanzara el dinero. La mejor memoria RAM compatible con la board nueva.
En ese mismo contexto, no había aún un uso masivo de Internet para encontrar cosas cotidianas. El almacén, la comparación de precios, la mejor versión de algo. El volante con precios de partes y accesorios seguía siendo relevante y necesario. Es ahí donde Compugreiff fue exitoso. Un volante amarillo tamaño carta que cambiaba cada semana (dependiendo de la cotización del dólar, supongo) con precios de partes, accesorios y algunos programas. La referencia de todos para saber más o menos cuánto podía costar armar un PC de escritorio. Actualizar la tarjeta de video para lograr una mejor resolución en el juego nuevo. Armarle el computador a la tía o a los primos. Ese volante amarillo era replicado por los usuarios habituales y el mercado se movía alrededor de esos precios.
Compugreiff en sí era simplemente un almacén más, ubicado estratégicamente cerca de una de las entradas de Unilago. Su otra ventaja era tener una oferta variada para todos los presupuestos. En caso de flojera, el camino fácil era comprar todo ahí sin más. Eventualmente publicaron la misma información en Facebook o en su sitio web.
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La siguiente coyuntura fue el cambio en la tributación para la importación de computadores. Todo lo que costara menos de USD 500 aprox (para la época) estaría exento de impuesto sobre las ventas. Computadores de escritorio, portátiles, tablets, celulares. De repente, era viable tener acceso a la Internet por el mismo dinero que normalmente gastarían en un equipo de sonido o un televisor. Ahí el público objetivo para los equipos ensamblados se redujo, pues para muchos era más fácil comprar un portátil (o un horrible todo-en-uno) de precio equivalente, aprovechando los esquemas de crédito disponibles en los grandes almacenes.
En esa visita a Unilago que hice hace poco, vi que la oferta ha cambiado y sólo algunos locales venden aún partes, particularmente para equipos de altísimo desempeño (videojuegos, transmisiones en vivo). El resto son reventas de equipos usados, de impresoras, reparación de celulares y accesorios varios. Compugreiff ya no existe. Aunque posiblemente todavía existan negocios de aquellos -no como era Compugreiff, sino su versión en las sombras- que evadan impuestos y hagan remisiones en vez de facturas (o eso me cuentan, yo no sé de eso).
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Hace sólo un par de semanas, alguien me contaba que tuvo que ayudarle a unas estudiantes universitarias porque las habían puesto a trabajar con un PC de escritorio y no sabían cómo prenderlo. La gente joven escribe mucho, sólo que de otra forma. Lo mismo, pero diferente.
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