Mi papá se llamaba Gonzalo. Cuando yo iba a nacer, me cuentan que quiso que yo me llamase Gonzalo Andrés. Semejante atentado al desarrollo de la personalidad fue evitado de forma muy oportuna por mis hermanos, sobre todo por mi hermana, que lograron que me registraran con una combinación menos complicada.
El man nunca fue un ser sutil. No era necesario ser sutil para evadir los soldados godos en La Violencia. Esconderse en el páramo no era un acto de sutileza. Trabajar el campo no suele ser sutil. Cada uno de los hermanos en su familia tenia un sobrenombre. Él era el ordinario.
Siempre fue un man amable y bondadoso con los extraños y con quien necesitaba ayuda. Nunca le negó un plato de comida a nadie. Trabajó como funcionario y siempre atendió bien a todos, siempre cumplió su trabajo. Fue además un funcionario honrado, de esos que desbaratarían cualquier novela de Saramago (o le darían pie a una nueva). Pudo haber hecho pero siempre eligió no hacer y no recibir. Ser lo que los abuelos siempre le enseñaron.
Siempre fue del glorioso partido liberal. Siempre con Galán, siempre con Serpa, nunca con sus hijos. Creyó en Uribe cuando apareció pero pudo irse con la paz de haber reconocido al final que ese hijueputa le debe mucho a este país. Siempre de trapo rojo y por eso mismo nunca con el Gaviria de ahora. Por ahí sigue la placa publicitaria de la campaña de Galán a la presidencia, las calcomanías con el diseño aquel y una foto que algún espontáneo le tomó saludando al mismísimo Galán. Al papá, al de verdad.
El man se salvó de dos bombas de Pablo Escobar. Salió un día, tomó un bus a Niza, recogió unos papeles, se fue de ahí a Quirigua y, en el tiempo que le tomó llegar, estallaron bombas en Niza y en Quirigua. Salió de una, no llegó a la otra y encontró todo hecho mierda.
En el colegio me hicieron resto de bullying por el man. Por las patillas del man. Porque se dejó las patillas largas, como de prócer de la independencia. No barba, sólo las patillas. Pudo haber sido un protohipster o alguna mierda de esas, before it was cool.
El man me compartió el fútbol (que todos en la familia disfrutan y disfrutamos). Me llevaba a ver fútbol por ver fútbol. Recuerdo que íbamos a norte (cuando no había neas en norte) y la pantalla negra con bombillos mostraba la alineación de Millonarios, Goycochea en el arco, Iguarán en el ataque. Me enseño sobre boxeo. Me enseñó a recorrer la calle sin dejar que el miedo me hiciera tomar malas decisiones. Me acompañó mientras hacía la tarea del colegio a la luz de la vela, con La Luciérnaga sonando en el transistor que tenía. Me acompañó a esperar la ruta del colegio mientras cantaban los copetones y pasaba el viejo en bicicleta con la paca de El Espectador para entregar.
El man ya no está y es libre de nuevo. Es nuevamente esa fuerza de la naturaleza que vivió sus miedos y sus preocupaciones desde el enojo y las posturas de fuerza.
Buen viaje, don Gonzalo.
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