La identificación de algo como latino tenía involucrada una gran diversidad, a veces oculta, a veces visible. Para algunos, todo lo latino era mexicano, tenía sombrerones y comía tacos con frijoles. Para otros era salsa y merengue. O podía ser Pelé y Maradona. Tango, tal vez. Samba do Janeiro. Café, Shakira, Juanes, Pablo Escobar. Maras. Fidel. Chávez. Telenovelas. (Chumel Torres diría que ni siquiera así alguien menciona a Paraguay). La discusión con los blanquitos pasaba por enseñarles o mandarlos a aprender a identificar la versión correcta de Lo latino que estaban buscando. Todos estábamos más o menos de acuerdo en que había matices y versiones del cómo ser latinos.
En algún momento de la década pasada, mientras todos dejaban a un lado los últimos rastros de los noventa, los dominicanos popularizaron el tupa-tupa y, sin pedirlo ni esperarlo, todos nos volvimos reguetón. Reggaetón. Esa vaina. El ser latino se convirtió, de repente, en ser dominicano. Como lo era antes el ser simplemente algún subtipo de mexicano a ojos del texano estándar. Ahora todos sonamos al mismo ritmo y ya ni siquiera venimos en forma de telenovela sino que sólo somos la parte de nalgas grandes o hablado pseudodominicano en el reality show de turno.
Es que ya ni pena le da a la industria del entretenimiento. Si buscas compilaciones de las mejores canciones por año, partiendo del 2012, posiblemente no logres identificar en qué momento termina una y comienza otra (a menos que sea un video, porque la producción es elaboradísima y los culos de las chicas, cada vez más grandes). Es un interminable tupa-tupa-tu, acompañado de la voz de todos los que antes cantaban cualquier otra cosa. Discuten unos y otros sobre si esta canción o aquella son o no reguetón. O bachata (de la que suena como reguetón). Así de uniformados están todos (y nos pintan a todos) que ya ni es claro cuándo algo no es lo mismo de siempre.
Equivale, seguro, a la universalización del entretenimiento puesta en manos del fútbol. Un montón de gente no lo eligió pero ahí está y seguro ahí seguirá. El CEO de Spotify ya está tan metido en su burbuja personal que cree que su negocio determina la función del arte, presionando a los artistas a publicar trabajos nuevos más a menudo para que su remuneración tenga sentido. Señalándoles su futuro exitoso como unos youtubers más, creadores de contenido que deben competir por la atención, los clics, los corazones y las reproducciones contabilizadas sin detenerse a HACER ARTE. Algo así como los académicos que viven del mismo paper modificado veinte veces. Músicos que vivan del tupa-tupa-tu modulado, saturado, deconstruido y amplificado hasta el hartazgo. Como Romeo Santos, que canta la misma canción cuarenta y tres veces y hace el mismo video cuarenta y tres veces.
El problema que tengo con el reguetón no es que me guste o no. Es que parece el agente Smith, tragándoselo todo porque la industria musical (las mismas tres productoras de siempre) está invirtiendo sólo en el tupa-tupa-tu pensando que es lo único que la gente quiere consumir. El reguetón es un acelerador en este horrendo círculo vicioso de consumismo artístico. Es el mensajero y el canal de la miseria musical, aun cuando el reguetón mismo sea un espectáculo legítimo, entretenido y cercano a quienes lo disfrutan.
Y la gran pregunta que queda es: ¿qué significa ser latinos en esta época? Se supone que hay algo con lo que nos identifiquemos y nos represente o nos haga sentir parte de una gran comunidad, pero sospecho que no está presente en nada de lo que muchos venden, publicitan y proclaman como lo genuinamente latinoamericano.