junio 24, 2020

Memorias de una hospitalización XIII

Uno de los conjuntos de recuerdos que conservo de la hospitalización contiene todas las situaciones en las que uno de los tantos médicos que me atendía me preguntaba algo, me decía qué hacer o me decía qué no hacer. Te voy a poner un tubo en la tripa, te voy a sacar este otro tubo de la tripa, te van a poner una sonda por el pipí, te vamos a poner un catéter, te vas a quedar sin comer, vas a seguir sin comer otra semana, vas a tomar caldo de pollo, vas a caminar media hora por día, te puedes ir a tu casa. El personal de enfermería, en cambio, hace lo mismo. Te voy a poner esta medicina, vas a hacer esto hoy, me vas a avisar cuando te pase esto o aquello, es hora de bañarte, es hora de salir a caminar por los pasillos de la clínica.

¿Y qué hace uno? Decir que sí, responder las preguntas, hacer lo que dicen que uno ha de hacer. Creerles.

Uno está metido en una habitación de un hospital porque les cree a los que trabajan ahí. Supone que van a hacer todo lo posible para resolver el problema que uno no sabe cómo resolver, ese que uno tiene con su propio cuerpo y que definitivamente no entiende o no conoce lo suficiente para darle solución. O, posiblemente, requiere maniobras y procedimientos que uno físicamente no puede hacer sobre sí mismo. Aparte de todo eso, uno tampoco tiene acceso a todos los recursos que un hospital tiene, compra o produce para atender esta clase de problemas. Uno cree.

Si uno le cree a un político sobre procedimientos médicos, hay serios problemas. La fe involucrada seguro nace de la necesidad de pertenecer -a un grupo con alguna idea en común-, de la necesidad de creer para no sentir desesperanza o de la necesidad de decirle a otros que se tiene una opinión y que ello hace necesario que otros escuchen. El político sólo trata de conciliar cosas; el médico tiene como único objetivo el que una persona supere una condición médica (o fallezca de forma digna) sin dolor.

Es por todo eso que las políticas de salud pública las deberían lidiar médicos y otros especialistas que no sean políticos ni economistas. Dirán que se necesita al menos un economista. Diré que los economistas sólo creen en modelos caducos y a duras penas logran ser profetas del pasado o del futuro que obligan a ser desde sus políticas de mierda.

Como adenda, diría que los argumentos de superioridad moral son particularmente estúpidos al hablar de la labor médica / de salud pública y la prueba son los miles de muertos que han quedado en el camino de los que han puesto las chequeras por encima de los enfermos.

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