diciembre 03, 2014

A season of faith perfection

Era un partido de vuelta por la Supercopa del 97. En el partido de ida habían pasado muchas cosas malas en un solo partido, un gol de media cancha que Tuberquia se tragó completo y un penal fallido de Alexis García. 2-0 parecía mucho contra ese River Plate.

La tarde antes del partido de vuelta, no hice otra cosa que pedir un partido perfecto. Que jugaran el partido perfecto. Que sólo así había oportunidad.

Esa noche, el primer gol fue de Diego Osorio. Un zurdazo de treinta metros, cruzado, al segundo palo de Burgos. No sé todavía cómo le hizo para meter ese gol en carrera desde tan lejos. Creo que apenas habían pasado unos veinte minutos del primer tiempo, era un buen comienzo. Poco antes del mediotiempo, creo, Gallardo empató el partido en una jugada que todos sabíamos que iba a ser gol y los hacía casi inalcanzables. Sin embargo, era una época en la que era más fácil creer en los resultados improbables.

El segundo gol, ya en el segundo tiempo, fue una chalaca de Alex Comas, un delantero tosco y extraño que sin embargo se vio lleno de gracia y agilidad en esa jugada. Un centro largo desde la derecha que Comas remató de primera y mandó a un rincón del arco. La celebración lo mostró con un hombro caído yendo al banco para que se lo reacomodaran. La gracia y agilidad no le dieron para caer bien.

El partido se ganó pero no fue suficiente. Al final recordé lo que había pensado esa tarde y supe que había recibido lo que había pedido. Había sido un partido perfecto. Eran épocas en las que los equipos colombianos jugaban torneos llenos de brillo y de partidos vibrantes. La vitrina se ha opacado un poco y las figuras que destellan son llevadas con prisa a otros escenarios.

Ese día se hizo más personal la relación con el fútbol, ese que jugaba todos los días en el recreo por puro gusto.

*

Adenda: Seguro todos recuerdan de dónde salió el título de este post.

2 comentarios:

nomeacuerdo dijo...

Cuando vi ese gol de Comas fue que supe que quería ser hincha de Nacional.

Alfabravo dijo...

Qué bonito eso, Nicolás. Esos momentos son importantes.
Gracias por leer (y compartir)

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