junio 20, 2014

Juan

Cuando comencé a ir a esa casa, la sensación en el ambiente era de prevención y desconfianza. Todas las personas allí sentían aprensión de compartir tiempo conmigo.

Excepto una persona. Juan. Él me saludó amablemente desde el primer día, así no recordara mi nombre fácilmente y otros tuviesen que recordárselo mientras me daba la mano. Él no sentía aprensión, sólo curiosidad. A medida que nos veíamos con más frecuencia, él ya recordaba mi nombre y me dejaba ver qué andaba haciendo cada vez. Me hacía partícipe de sus quehaceres.

Al cuarto o quinto saludo, Juan me recibió con un abrazo. Fue inesperado y fue muy especial. No me dijo nada, sólo me abrazó. Se sentía bien recibir cariño, así estuviese pensando que no había hecho mayor cosa para merecerlo. Le pregunté a una amiga por qué pudo Juan haber decidido hacer eso. Ella me dijo que Juan simplemente hacía cosas que quería hacer, que no se detenía en juicios y elaboraciones, en costumbres aceptadas y esas cosas. Que él vivía con sencillez y a plenitud sus emociones.

Juan siempre me demostró cariño y yo pude hacer lo mismo. Jugar y ver caricaturas juntos. Acompañarlo mientras almorzaba o mientras hacía alguna tarea. Pasarlo cargado a su cama cuando se quedaba dormido en algún otro lugar de la casa.

Las últimas veces que pasé por allí, él estaba ocupado en su habitación. No nos despedimos cuando llegó el momento de alejarse. Lo recuerdo con cariño. Espero que esté bien.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito lo que cuentas y como lo cuentas.

Alfabravo dijo...

Es un recuerdo bonito de una persona especial, Carolina. No hay otra forma de recordarlo.

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