abril 07, 2014

Dribble


Una pregunta que se me ocurrió, me podrían hacer.

- Usted habla mucho de jugar fútbol y nunca ha comentado las jugadas que más recuerda. ¿Cuáles son las que más le han gustado?

Los primeros recuerdos buenos son del colegio. Los patios interiores estaban rodeados por columnatas que ofrecían numerosos arcos contiguos. Muchos partidos se jugaban allí de forma simultánea y era importante salir rápido a recreo para tomar el arco preferido.
A partir de cuarto de primaria, usábamos balones de verdad. Mi especialidad eran los goles de media y larga distancia, vaselinas eternas que siempre daban en el mismo punto de la columna antes de entrar. Una muy bonita que entró justo antes de sonar el timbre para volver a clase.

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En la Universidad fueron pocos los goles en las descuidadas canchas de fútbol. Sin embargo, hubo varios muy bonitos cuando jugábamos 5-a-side sobre césped (conocido como microcésped pero jugado con arcos de fútbol sala).
El primero memorable fue una recepción de espaldas, en la mitad de la cancha. Parada con el muslo, media vuelta eludiendo la marca, un drible rápido con los dos piés (uno-dos) para eludir dos defensas y una definición sutil al segundo palo mientras el portero se barría con los taches por delante. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, hice una venia y sonreí. En ese partido tuve además una asistencia de gol e igual quedamos 3-3.

Después de fracturarme un dedo y dejar de jugar por mes y medio, el primer partido fue en octavos de final contra unos ingenieros químicos. El primer balón que recibí fue en tres cuartos de cancha, fue ese first touch que uno siempre quiere hacer y que te la deja lista para pegarle. Fue con el pié derecho y, sin pensar, con ese mismo la puse contra el palo derecho del arquero. Una definición rasante al punto de que nadie pudo ver si había entrado hasta que, de banderita, fue a dar al costado opuesto. Celebré con un "todo bien" cortesía de mi pulgar recién liberado.

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Por invitación de un amigo, terminé jugando en el torneo de exalumnos del San Carlos. No, no estudié allá. En uno de esos partidos de fútbol de verdad, salió una de las jugadas más raras.

Yo jugaba de cinco (a pesar de los 55 kilogramos, sí) y corté un pase justo en la medialuna del área. Para salir y eludir al que venía de frente, le hice un ocho largo. Laaaargo. Al acercarme de nuevo al balón, ya casi en media cancha, venía otro de frente. Pues va el segundo ocho, tirado esta vez hacia la banda derecha. Seguí corriendo, esta vez justo sobre la línea de lateral y en tres cuartos de cancha. Alcancé a ver que venía corriendo el lateral y toqué sutilmente el balón con la punta del pie para alejarlo medio metro hacia el centro. Entre el balón y yo pasó raudo en barrida aquel pobre infeliz. Tercer ocho en tres toques.
Quedé ubicado para arrancar en diagonal desde la derecha, aunque ya iba corto de aire después de correr toda la cancha. Cuando me acercaba al área, un defensa desesperado me jaló la camiseta hasta que me hizo perder el equilibrio. Di medio giro y caí de espaldas, dándome un golpe en la cabeza contra el piso.

Yo creo que eso fue conmoción cerebral. No lo sé. Estuve ahí en el piso unos segundos, sé que el defensa dijo "no le hice nada, profe" y luego reaccioné. Todos en mi equipo celebraron mi jugada y volví a mi posición con un trote suave.

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En los partidos de los jueves en la noche, he hecho algunas jugadas bellas. Goles de taco dando la espalda al arco, definiciones vehementes con el borde interno del pie derecho a un ángulo por sobre la cabeza de algún defensor optimista. Asistencias a un toque que salen como globitos sobre el último defensor y habilitan al que llega de frente al arco, corridas de extremo a extremo en las que hago dos paredes y asisto al que llega por un costado.

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En Medellín me salió el no-gol más bonito. Un pase desde mi arco, engaño con el hombro que voy hacia adentro, recibo el pase de espaldas al arco, apenas tocándolo para que me pase por afuera, hacia la izquierda, me volteo y acomodo el cuerpo para pegarle con derecha al segundo palo.

Pegó, como en el colegio, en aquel rincón del palo debajo del horizontal. Sólo que esta vez rebotó rebelde y salió, pegando en el arquero que, sin saberlo, la rechazó finalmente hacia la línea de fondo. Nunca me he reído tanto de un tiro de esquina.

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