El peso específico de las cosas suele cambiar. Un trozo de papel impreso, por ejemplo, se transforma en el eslabón inquebrantable que une la memoria y los sentidos. Una factura, una entrada a cine, una servilleta, un tiquete. Todo se hace invaluable.
Ahora que la tinta se evapora sin remedio, procuro tomar foto de todo aquello que no quiero dejar de ver mientras viva. Al final, es el mismo miedo de olvidar.
Cuando a los sentimientos se los lleva cautivos el olvido, en realidad están ocultándose en algún rincón de uno mismo, esperando que aquel papel caiga a velocidad terminal hasta golpear el piso frente a nuestros piés. Y si a uno le gusta fijarse en los detalles, cuán fácil es guardar muchos papelitos, esperando acordarse de algo en el futuro. Algo que ojalá lo haga a uno sonreir.
Seguramente tengo algo que me recuerda cómo lo conocí, amigo lector.
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