junio 28, 2012
junio 21, 2012
Mailman
Resultó que A. también seguía a los Utah Jazz de Malone, Stockton, Hornacek, Eisley, Carr y demás. Sonreímos por la extraña coincidencia. Otro día, la conversación llevaba a pensar que ella bien podía salir en el video de Uptown girl si yo me disfrazaba de mecánico.
***
Sea por las cosas en común o por las diferencias que hacen de uno y la otra persona complementos del otro. No importa el cómo, si a uno le gusta alguien, todo tiene sentido y el por qué de las cosas se muestra como evidente. Al verlo luego desde el futuro, todo se desdibuja un poco y los motivos se antojan irrelevantes, habiendo sido tan poderosos cuando vivían dentro de uno.
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Sea por las cosas en común o por las diferencias que hacen de uno y la otra persona complementos del otro. No importa el cómo, si a uno le gusta alguien, todo tiene sentido y el por qué de las cosas se muestra como evidente. Al verlo luego desde el futuro, todo se desdibuja un poco y los motivos se antojan irrelevantes, habiendo sido tan poderosos cuando vivían dentro de uno.
junio 19, 2012
Weight
El peso específico de las cosas suele cambiar. Un trozo de papel impreso, por ejemplo, se transforma en el eslabón inquebrantable que une la memoria y los sentidos. Una factura, una entrada a cine, una servilleta, un tiquete. Todo se hace invaluable.
Ahora que la tinta se evapora sin remedio, procuro tomar foto de todo aquello que no quiero dejar de ver mientras viva. Al final, es el mismo miedo de olvidar.
Cuando a los sentimientos se los lleva cautivos el olvido, en realidad están ocultándose en algún rincón de uno mismo, esperando que aquel papel caiga a velocidad terminal hasta golpear el piso frente a nuestros piés. Y si a uno le gusta fijarse en los detalles, cuán fácil es guardar muchos papelitos, esperando acordarse de algo en el futuro. Algo que ojalá lo haga a uno sonreir.
Seguramente tengo algo que me recuerda cómo lo conocí, amigo lector.
junio 18, 2012
Γάτα
Nunca he tenido una mascota propia a la que haya podido ponerle un nombre siquiera. Sin embargo, mi historia con las mascotas ajenas existe aún antes de haber nacido.
El primero fue el gato que tenía mi familia. Llegué a conocerlo sólo por una foto (una de tantas Polaroid instantáneas que hay guardadas en álbumes, cajas y bolsas) en la que aparece, amarillo y blanco, recostado junto a una mesa. Mis hermanos jugaron con él y sufrieron los regaños por sus desmanes contra sillas y cortinas. Me cayó como primera culpa porque fue por mi concepción que lo mandaron a vivir a alguna finca lejana. Nunca he sabido cómo se llamaba.
Un hermano de papá vivía en su finca, con su ganado y sus cultivos. En su casa vivían dos perros, un cerdo, unas gallinas y dos gatos. Uno de los perros permanecía encadenado en el patio, listo siempre para recibir visitantes indeseables. Creo que lo llamaban Káiser. El otro, pequeño y despierto, sin duda no tenía tocayo pues se llamaba Combate. Al cerdo de turno sólo lo visité un par de veces para verlo por sobre el cercado de piedra, oyéndolo mientras comía con gusto. A las gallinas las espantaba corriendo, cuesta arriba y cuesta abajo, siempre que no estuvieran con sus pollitos comiendo. Ninguna tuvo nombre.
En el colegio, muchos compraban pollitos pintados de colores, tortugas y uno que otro hámster. Todo pollito -tinturado cruelmente- moría a los pocos días y las tortugas solían correr la misma suerte. Todos me parecían aburridos.
El perro de mi mejor amigo, Mono, con títulos en escuelas de entrenamiento, en cursos de salvamento, entrenado por la Cruz Roja... tan buen amigo como el dueño. Jugué y comí con él muchas veces (aún siendo un enorme labrador de 45 a 50 kilos que bien podía arrojarme al piso), le robé comida y me robó comida, aprendió a abrir las puertas de un día para otro sin importar la cerradura. Han sido 13 años de alegrías y tristezas compartidas. Nunca se me olvida cómo me recibió diferente un día que llegué de clases con el corazón roto, verraco perro todo lo entiende y todo lo aprende.
Recibí dos pericos que me regaló una amiga de cumpleaños. Murieron al término de tres días, sin que aún sepa por qué. Su presencia breve no me permite contarlos como mascotas propias, pero su paso sí dejó más temores y preocupaciones sobre mi capacidad para preocuparme por un ser vivo.
El gato de una novia (y su hermano), al cual ayudé a cuidar desde que llegó a esa casa. Contribuí con vacunas, juguetes y gastos médicos cuando se quemó una pata alguna vez. Jugábamos 10 o 15 minutos hasta que se acostaba a descansar.
La gata de un gran amigo, koška, se convirtió sin pensarlo en hija adoptiva, con quien juego cada vez que paso de visita. Es peculiar pues disfruta mucho perseguir sombras en pisos y paredes.
***
Fueron esos dos gatos en la finca de mi tío, que para mí no tenían nombre sino color (aunque mientras escribo, vagas ideas de sus nombres vienen a mi), los primeros con los que realmente conviví. Los seguía entre los arbustos, las cercas en alambre y los pastizales, me acompañaban mientras hacía mis tareas en las vacaciones de semana santa, tomaban leche mientras yo desayunaba. Con el tiempo aprendí a tratarlos de forma tal que aceptaran abandonar el vagabundeo infinito por un rato para poder mimarlos. Recuerdo que me tomó días el que aceptaran que les tocara suavemente la nariz con la punta del índice; con ellos aprendí a jugar con cuanto animal pasaba el rato y supongo que si fuera creyente aún, sabría de memoria la historia de San Francisco de Asis.
Debería vivir de jugar con mascotas ajenas. Como un Patch Adams pero de los perros y los gatos. Sin tenerlas. Por ahí lo dijo Saramago una vez: gustar es la mejor forma de tener, tener debe ser la peor forma de gustar.
Hasta que alguna me enseñe a creer que debe ser diferente, supongo.
El primero fue el gato que tenía mi familia. Llegué a conocerlo sólo por una foto (una de tantas Polaroid instantáneas que hay guardadas en álbumes, cajas y bolsas) en la que aparece, amarillo y blanco, recostado junto a una mesa. Mis hermanos jugaron con él y sufrieron los regaños por sus desmanes contra sillas y cortinas. Me cayó como primera culpa porque fue por mi concepción que lo mandaron a vivir a alguna finca lejana. Nunca he sabido cómo se llamaba.
Un hermano de papá vivía en su finca, con su ganado y sus cultivos. En su casa vivían dos perros, un cerdo, unas gallinas y dos gatos. Uno de los perros permanecía encadenado en el patio, listo siempre para recibir visitantes indeseables. Creo que lo llamaban Káiser. El otro, pequeño y despierto, sin duda no tenía tocayo pues se llamaba Combate. Al cerdo de turno sólo lo visité un par de veces para verlo por sobre el cercado de piedra, oyéndolo mientras comía con gusto. A las gallinas las espantaba corriendo, cuesta arriba y cuesta abajo, siempre que no estuvieran con sus pollitos comiendo. Ninguna tuvo nombre.
En el colegio, muchos compraban pollitos pintados de colores, tortugas y uno que otro hámster. Todo pollito -tinturado cruelmente- moría a los pocos días y las tortugas solían correr la misma suerte. Todos me parecían aburridos.
El perro de mi mejor amigo, Mono, con títulos en escuelas de entrenamiento, en cursos de salvamento, entrenado por la Cruz Roja... tan buen amigo como el dueño. Jugué y comí con él muchas veces (aún siendo un enorme labrador de 45 a 50 kilos que bien podía arrojarme al piso), le robé comida y me robó comida, aprendió a abrir las puertas de un día para otro sin importar la cerradura. Han sido 13 años de alegrías y tristezas compartidas. Nunca se me olvida cómo me recibió diferente un día que llegué de clases con el corazón roto, verraco perro todo lo entiende y todo lo aprende.
Recibí dos pericos que me regaló una amiga de cumpleaños. Murieron al término de tres días, sin que aún sepa por qué. Su presencia breve no me permite contarlos como mascotas propias, pero su paso sí dejó más temores y preocupaciones sobre mi capacidad para preocuparme por un ser vivo.
El gato de una novia (y su hermano), al cual ayudé a cuidar desde que llegó a esa casa. Contribuí con vacunas, juguetes y gastos médicos cuando se quemó una pata alguna vez. Jugábamos 10 o 15 minutos hasta que se acostaba a descansar.
La gata de un gran amigo, koška, se convirtió sin pensarlo en hija adoptiva, con quien juego cada vez que paso de visita. Es peculiar pues disfruta mucho perseguir sombras en pisos y paredes.
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Fueron esos dos gatos en la finca de mi tío, que para mí no tenían nombre sino color (aunque mientras escribo, vagas ideas de sus nombres vienen a mi), los primeros con los que realmente conviví. Los seguía entre los arbustos, las cercas en alambre y los pastizales, me acompañaban mientras hacía mis tareas en las vacaciones de semana santa, tomaban leche mientras yo desayunaba. Con el tiempo aprendí a tratarlos de forma tal que aceptaran abandonar el vagabundeo infinito por un rato para poder mimarlos. Recuerdo que me tomó días el que aceptaran que les tocara suavemente la nariz con la punta del índice; con ellos aprendí a jugar con cuanto animal pasaba el rato y supongo que si fuera creyente aún, sabría de memoria la historia de San Francisco de Asis.
Debería vivir de jugar con mascotas ajenas. Como un Patch Adams pero de los perros y los gatos. Sin tenerlas. Por ahí lo dijo Saramago una vez: gustar es la mejor forma de tener, tener debe ser la peor forma de gustar.
Hasta que alguna me enseñe a creer que debe ser diferente, supongo.
junio 17, 2012
A little dream
Ese electrón, cuando duerme, sueña que atraviesa aquella pared contra la que rebota siempre desde que tiene memoria, que no es mucho tiempo.
Al despertar, se pregunta qué habrá más allá del muro de potencial.
Al despertar, se pregunta qué habrá más allá del muro de potencial.
junio 07, 2012
Showroom
By appointment to Her majesty Queen Elizabeth II
Tea & coffee merchants R. Twinning & Co. Ltd.
El que la empresa contrate mujeres llamativas, sean delgadas o plásticamente voluptuosas, no sólo le ayuda a conseguir nuevos clientes y más recursos. También le ayuda al back office a conseguir mejores servicios a buenos precios porque los consultores vienen, felices, "a ver viejas buenas" pasando tras las paredes de cristal con adornos en esmerilado.
junio 05, 2012
Puke
Cambiar el mundo. Crear cosas y, como diría un amigo, aparecer en la enciclopedia. Ser capaz de crear cosas y ser mencionado en la enciclopedia. Aprender del mundo. Aprender de problemas reales en el mundo. Resolver los problemas reales en mi familia. Recuperar el sueño de antaño sobre el crear cosas relevantes.
Ya nada de eso tiene sentido. No sé qué soñar y el mundo manda decir que lo que creo soñar es un mero espejismo.
Lo único con sentido es la negación de todo esto.
Ya nada de eso tiene sentido. No sé qué soñar y el mundo manda decir que lo que creo soñar es un mero espejismo.
Lo único con sentido es la negación de todo esto.
junio 04, 2012
Nope
Hay días en los que uno entiende por completo el sentimiento de quienes tienen ganas de morirse.
Incluso se comparte.
Incluso se comparte.
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