junio 13, 2021

Memorias de una hospitalización XVIII

Hay efectos de una hospitalización prolongada (y de una enfermedad dura) que uno no imagina. Que uno no supone que estén en la lista pero están y aparecen.

Por ejemplo, la imagen que se tiene de uno mismo. Las secuelas en la definición de la imagen que uno tenía y la disonancia con lo que uno ES ahora, a través de lo que uno ve de sí mismo. De cómo uno era, entra otras cosas, un conjunto de imágenes, curvas, declives, arrugas, colores y relieves variopintos; ahora, uno es otra cosa de un momento a otro, sin poder decidir nada al respecto. Eso es y ya está. Eso ERES y ya está.

Queda entonces, junto a las tareas de recuperarse, reacondicionar(se) y sanar el ánimo, el hacer las paces o reconciliarse de alguna forma con esa nueva visión que lo persigue a uno a todas partes (a menos que uno sea un vampiro). Hay visiones en las que las personas lidian con esto desde la aceptación. Hay otras que hablan de simplemente decir y decirse que el cuerpo y la imagen no deberían ser relevantes al percibir y conocer una persona; es lo que hay y ya está. Y sin embargo, ¿cómo hace uno para no darle ninguna relevancia a lo que lo acompaña todo el tiempo? ¿Qué hay más cercano a uno que los dedos, los pelos y los poros que aparecen frente a los ojos todos los días?

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