junio 14, 2021

Memorias de una hospitalización XIX

 El dolor no siempre es igual. La fuente del dolor cambia y eso hace que el dolor se perciba diferente.

Cuando el dolor tiene una fuente específica, es fácil enfocar la atención en ese lugar, en ese algo que lo causa. En el hueco, el roto, el sangrado, la cánula, el hueso que se mueve y antes no se movía. Algo que ya no está como estuvo antes. Uno puede quedarse mirando, ver las cosas que salen de entre la piel y no se sabe hasta dónde van o a qué estan amarrados. Así mismo, la intensidad del dolor se percibe diferente. La conciencia se nubla y el tiempo se distorsiona, como si la memoria dejara de trabajar para mantener todo al mínimo y darle espacio a lo básico.

Cuando el dolor tiene un origen más difuso, como en los dolores asociados a las tristezas profundas y a las dolencias emocionales, la memoria trabaja de otra forma y el resultado suele ser una colcha de retazos. La percepción del dolor también cambia y el cuerpo intenta ponerlo en alguna parte. A veces duele detrás del esternón, a veces duele la panza, a veces no se sabe y da la impresión que todo duele. No se sabe, no hay a dónde mirar y es extraño pensar que haya tantísimas lágrimas asociadas a algo que uno no entiende.

Cuando se tiene una dolencia física, es común responder a la pregunta califique el dolor en una escala de uno a diez, donde uno comienza a hacer memoria y comparar. El problema pasa en ocasiones por no recordar cómo era ese dolor muy fuerte que se sintió alguna vez. Recuerdo que, cuando estuve en urgencias, me dije a mí mismo que genuinamente no tenía herramientas para soportar ese dolor más tiempo. Ahora mismo no recuerdo cómo se sentía eso. No recuerdo muchas cosas, en realidad.

Con la depresión, por ejemplo, pasa igual. La cabeza deja de acordarse, con el tiempo, del cómo se sentía la tristeza y la desesperanza. Ya uno no recuerda cómo se sentía llorar sin motivo y ronda la pregunta ¿Será que si se me olvida, es más fácil recaer? Y no hay respuesta.Queda el cuidar, el releer y releerse, como tanteando cicatrices de vez en cuando para no olvidar que el fuego todo lo quema.

junio 13, 2021

Memorias de una hospitalización XVIII

Hay efectos de una hospitalización prolongada (y de una enfermedad dura) que uno no imagina. Que uno no supone que estén en la lista pero están y aparecen.

Por ejemplo, la imagen que se tiene de uno mismo. Las secuelas en la definición de la imagen que uno tenía y la disonancia con lo que uno ES ahora, a través de lo que uno ve de sí mismo. De cómo uno era, entra otras cosas, un conjunto de imágenes, curvas, declives, arrugas, colores y relieves variopintos; ahora, uno es otra cosa de un momento a otro, sin poder decidir nada al respecto. Eso es y ya está. Eso ERES y ya está.

Queda entonces, junto a las tareas de recuperarse, reacondicionar(se) y sanar el ánimo, el hacer las paces o reconciliarse de alguna forma con esa nueva visión que lo persigue a uno a todas partes (a menos que uno sea un vampiro). Hay visiones en las que las personas lidian con esto desde la aceptación. Hay otras que hablan de simplemente decir y decirse que el cuerpo y la imagen no deberían ser relevantes al percibir y conocer una persona; es lo que hay y ya está. Y sin embargo, ¿cómo hace uno para no darle ninguna relevancia a lo que lo acompaña todo el tiempo? ¿Qué hay más cercano a uno que los dedos, los pelos y los poros que aparecen frente a los ojos todos los días?

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Ranthought - 20241121

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