No deja de parecerme curioso el que las personas hayan acordado, de alguna forma misteriosa, que una cúpula es un portal adecuado para que las almas encuentren su camino al otro mundo.
Piensen por un momento en todo lo que abarca esa frase. El otro mundo. Las almas en tránsito. Las cúpulas.
En el Palacio de Justicia hay una gran cúpula que se codea con la ley y el orden, con Santander y sus preocupaciones. Bajo ella, un gran círculo de bronce como proyección de la cúpula en el suelo, tallada de cuerpos celestes como invocando el infinito. El camino de las almas al infinito, a las estrellas, como si por allá en algún rincón estuviese el más allá. El sincretismo forzado entre la ciencia y la fe.
Pensaba el otro día que tenía más sentido hacer que pasaran aviones por sobre los lugares trascendentes. Nada representa con más claridad el ir a otro lugar como lo hacen unas luces parpadeantes y unas alas plateadas surcando el aire, en un guiño a la historia de Ícaro que es tan vieja como el hombre mismo. Nada mejor para dejar ir a los que queremos, que un avión surcando el cielo, atravesando las nubes y encontrando su propia versión del infinito en el horizonte.
Por el buen viaje y el horizonte imperecedero.
noviembre 06, 2017
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