La última vez que me había enfrentado a esta tarea de entregar mi puesto, lo hacía sabiendo que no iba a volver. Había tomado la decisión de renunciar un mes atrás y lo había discutido con el gerente general, mi amigo. Ante la visión de alguien que ya no era feliz yendo a hacer cosas, no había mucho que él pudiese hacer, tampoco.
El portátil que me habían dado, lleno de directorios ordenados por cliente, por proyecto y por fecha. Lleno, atiborrado de archivos. Con el código fuente de gran parte de los proyectos de software de la empresa. Con todos los documentos ITIL de los proyectos de servicios. Con documentos sugeridos en los que planeaba mejoras en algunos procesos, con prototipos de cosas. Las pruebas evidentes de lo que había hecho en todas las áreas y productos de la empresa.
Entregaba una parte de la vida, porque en eso se convierte lo que uno hace cuando se ha hecho con pasión. Se hace triste cuando los espacios de creatividad se convierten en rutinas aburridas llenas de problemas cuyas soluciones no se convierten en algo novedoso. Son sólo problemas. Incendios. Presión. Aburrimiento. La pasión se va y llega la pereza. El desgano y las ganas de quedarse en la casa. El enojo.
Queda buscar un nuevo quehacer. Algo que permita jugar con cosas nuevas y aprender cosas en el camino.
enero 08, 2013
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