Fue una macro de Excel la que desencadenó el fin del mundo.
En tiempos de compatibilidad condicionada, de promesas incumplidas y de tipos de dato prostituídos, un asistente contable de una empresa cualquiera decidió escribir algunas líneas de código para terminar más rápido sus tareas de revisión de saldos, cuentas, transferencias y demás.
Abrió el editor de código VBA con Alt + F11 como le había enseñado un ingeniero el otro día. Se sentía un poco más profesional en su tarea usando atajos de teclado en vez de los habituales clics. Apareció la ventana con bloques de código dispersos y desordenados. Era lo que había grabado la semana anterior. Algunas pruebas que usó para entender lo que había leído en los tutoriales en línea.
Garrapateaba en el teclado, a veces transcribiendo ejemplos de los tutoriales, a veces improvisando desde lo poco que ya había aprendido a hacer. Rangos, celdas, columnas, formatos, sumas, restas, cortar y pegar.
Usaba las funciones que había copiado y las que había grabado, concatenaba los bloques sin mayor apuro.
De repente, pensó en escribir algo más para que la macro terminara más rápido. En un tutorial que no llegó a entender del todo. Sí, había algo que hacía a la rutina ejecutarse más rápido. Eso seguro le gustaría a su jefe.
Trató de recordar, se ayudó pulsando Ctrl + Espacio varias veces. El resultado se parecía a lo que había visto pero no estaba del todo seguro. Igual, sólo con ejecutarlo podría ver si había algún error en la rutina.
Guardar, ir a la hoja de cálculo, Alt + F8, seleccionar la macro principal, Ejecutar.
En uno de los servidores de archivos de la empresa, la ejecución del código apuntó misteriosamente a direcciones de memoria inválidas, a una velocidad vertiginosa. Errores que se sucedían unos a otros sin parar. De repente, la corriente que pasaba a través de los componentes los calentó más allá de cualquier límite conocido y lo que siguió fue una implosión. Todo alrededor del servidor colapsó y ese vacío comenzó a engullir todo a su alrededor.
Cables con conectores RJ-45 y RS-232 sucumbían por igual, latas y diodos LED de colores diversos desaparecían en el oscuro punto. Millones de unos y ceros eran engullidos por el vacío oscuro. El Universo entero desaparecería en medio de un Sub, End Sub interminable.
Hasta que apareció una pantalla azul en la terminal de aquel usuario y aquel vórtice iracundo se quedó sin energía para enviarle datos a algún universo paralelo.
enero 22, 2013
enero 18, 2013
Buhardilla
¿Es esto lo que se supone que he buscado siempre?
Una soledad llena de silencios mezclada con la discreta amabilidad de los que se crucen en el camino cada día. Una pequeña ventana que da a una calle helada o calurosa según lo ordenen las hojas del calendario. O tal vez sea la libertad para vivir con independencia, con ataduras negociables o flexibles, con autonomía. Sin culpas, sin deudas, sin nostalgia.
Quizás, con el tiempo, cualquier lugar se llena de esas cosas, lo llenamos de esas cosas. Lo que sí sé es que hacer esto por mi cuenta, darme tiempo para estar conmigo mismo lejos de todo y de todos, es la señal más clara y duradera -para mí mismo- en mucho tiempo de lo terco, obstinado y a la vez persistente que hay en mí. Que todo está allí afuera. Que sí es posible. Que ya me acordé cómo era eso de soñar con algo y encontrar la forma de hacerlo real. Por ahí derecho llegué a lo de los objetivos y los planes en la vida.
Aún así, sigue allí adentro, aquí adentro, el temor que surge cada vez que creo que acercarme implica exponerme y dejarme conocer. Temo decepcionar a las personas cuando me expongo tanto como si les ofreciera ayuda en vano. Huyo entonces de toda situación en la que crea que alguien no va a gustar de lo que encuentre.
Vivo y me construyo constantemente alrededor de irrenunciables. Algún día deberé sentirme bien con lo que he hecho de mí. Ahí podré acercarme a los demás con menos temor, les dejaré decidir y recibir lo que a bien tengan. Como pasa cuando busco ayudar a alguien.
Y yo viviré en paz conmigo mismo. Como me siento ahora mismo. Al fin.
Escribiendo desde mi refugio, una casa acogedora en Kennington Park Road. 30/12/2012.
Una soledad llena de silencios mezclada con la discreta amabilidad de los que se crucen en el camino cada día. Una pequeña ventana que da a una calle helada o calurosa según lo ordenen las hojas del calendario. O tal vez sea la libertad para vivir con independencia, con ataduras negociables o flexibles, con autonomía. Sin culpas, sin deudas, sin nostalgia.
Quizás, con el tiempo, cualquier lugar se llena de esas cosas, lo llenamos de esas cosas. Lo que sí sé es que hacer esto por mi cuenta, darme tiempo para estar conmigo mismo lejos de todo y de todos, es la señal más clara y duradera -para mí mismo- en mucho tiempo de lo terco, obstinado y a la vez persistente que hay en mí. Que todo está allí afuera. Que sí es posible. Que ya me acordé cómo era eso de soñar con algo y encontrar la forma de hacerlo real. Por ahí derecho llegué a lo de los objetivos y los planes en la vida.
Aún así, sigue allí adentro, aquí adentro, el temor que surge cada vez que creo que acercarme implica exponerme y dejarme conocer. Temo decepcionar a las personas cuando me expongo tanto como si les ofreciera ayuda en vano. Huyo entonces de toda situación en la que crea que alguien no va a gustar de lo que encuentre.
Vivo y me construyo constantemente alrededor de irrenunciables. Algún día deberé sentirme bien con lo que he hecho de mí. Ahí podré acercarme a los demás con menos temor, les dejaré decidir y recibir lo que a bien tengan. Como pasa cuando busco ayudar a alguien.
Y yo viviré en paz conmigo mismo. Como me siento ahora mismo. Al fin.
Escribiendo desde mi refugio, una casa acogedora en Kennington Park Road. 30/12/2012.
enero 14, 2013
Grafo dirigido
A mí me enseñaron a compartir y a "saber escuchar". Se les olvidó lo de perdonarse a uno mismo y escucharse a uno mismo para creerse y confiar en uno mismo.
En esas estamos.
En esas estamos.
enero 08, 2013
Aufräumen
La última vez que me había enfrentado a esta tarea de entregar mi puesto, lo hacía sabiendo que no iba a volver. Había tomado la decisión de renunciar un mes atrás y lo había discutido con el gerente general, mi amigo. Ante la visión de alguien que ya no era feliz yendo a hacer cosas, no había mucho que él pudiese hacer, tampoco.
El portátil que me habían dado, lleno de directorios ordenados por cliente, por proyecto y por fecha. Lleno, atiborrado de archivos. Con el código fuente de gran parte de los proyectos de software de la empresa. Con todos los documentos ITIL de los proyectos de servicios. Con documentos sugeridos en los que planeaba mejoras en algunos procesos, con prototipos de cosas. Las pruebas evidentes de lo que había hecho en todas las áreas y productos de la empresa.
Entregaba una parte de la vida, porque en eso se convierte lo que uno hace cuando se ha hecho con pasión. Se hace triste cuando los espacios de creatividad se convierten en rutinas aburridas llenas de problemas cuyas soluciones no se convierten en algo novedoso. Son sólo problemas. Incendios. Presión. Aburrimiento. La pasión se va y llega la pereza. El desgano y las ganas de quedarse en la casa. El enojo.
Queda buscar un nuevo quehacer. Algo que permita jugar con cosas nuevas y aprender cosas en el camino.
El portátil que me habían dado, lleno de directorios ordenados por cliente, por proyecto y por fecha. Lleno, atiborrado de archivos. Con el código fuente de gran parte de los proyectos de software de la empresa. Con todos los documentos ITIL de los proyectos de servicios. Con documentos sugeridos en los que planeaba mejoras en algunos procesos, con prototipos de cosas. Las pruebas evidentes de lo que había hecho en todas las áreas y productos de la empresa.
Entregaba una parte de la vida, porque en eso se convierte lo que uno hace cuando se ha hecho con pasión. Se hace triste cuando los espacios de creatividad se convierten en rutinas aburridas llenas de problemas cuyas soluciones no se convierten en algo novedoso. Son sólo problemas. Incendios. Presión. Aburrimiento. La pasión se va y llega la pereza. El desgano y las ganas de quedarse en la casa. El enojo.
Queda buscar un nuevo quehacer. Algo que permita jugar con cosas nuevas y aprender cosas en el camino.
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