En el país en el que se desarrolla nuestra historia, el camino natural que seguía el Gobierno para evitar las conductas indeseadas siempre ha sido la prohibición, el negro velo entre los ojos del ciudadano proclive al mal y la fuente de tentación, la cuesta abajo hacia la maldad.
Hace mucho tiempo se prohibe el porte y consumo de cada alucinógeno que la naturaleza ofrece en plantas y animales. Una vez perfeccionada la habilidad humana para sintetizar complejísimos compuestos químicos, tal destreza fue sometida por la fuerza de la Ley y todo aquello que desviara al ser humano de su desviada realidad fue controlado y su disponibilidad en meros antigripales o elaborados medicamentos, se redujo a cero en oposición completa a las cifras de presos y ejecutados.
Cuando pocos refugios quedaban para quienes recorrían bosques rojizos y océanos de color púrpura, comenzaron a aparecer más y más agujeros en las fachadas de ladrillo, en los pisos y adoquines. Antiguos puentes, modernas bibliotecas, casas conservadas con gran esfuerzo. Todos por igual sufrían de forma furtiva y progresiva, el embate de quienes aún no se hallaban internados en cárceles y escapaban con igual eficiencia de la Justicia y del mundo real (así Bretón opine algo diferente). Los pacos y papeletas convertían las fachadas en humo.
Agujeros semiesféricos, otros con un perfil ovalado. Bloques completos desaparecidos. Lentamente las ciudades se sumían en un estado ruinoso, diríamos que feúcho.
Grandes debates se abrieron con amplia cobertura de la prensa local. Extensos estudios de la jurisprudencia, numerosos conceptos emitidos por padres de familia, monarcas de iglesias variopintas y representantes reconocidos de la Sociedad Civil (con mayúsculas para diferenciarse de la gente común y corriente). Días y días de deliberaciones, sin duda poco para la costumbre de procesos medidos en lustros.
Al final, la decisión fue tajante, firme y sin ambages. Proclamada con dignidad y con la seriedad que un acto semejante demandaba, se requería a la ciudadanía en su conjunto, retirar de toda fachada en edificación pública o privada los ladrillos que pudiese contener. De igual forma, todo muro, muralla, verja, nuevo o derruído, declarado como patrimonio o no, debería reemplazar las piezas cerámicas en cualquiera de sus referencias, cualesquiera sea su aparejo, a sogas o a tizones, palomero o panderete, este último no menos relevante por su nombre gracioso para los más pequeños. Pero esta era sin duda una decisión de gente adulta y así debía tomarse.
Se crearon planes de financiación en bancos estatales y privados para que todos pudiesen comprar bultos de cemento, atados de guadua, tablones de madera, toneladas de rocas. Se abrió un nuevo mercado con sustitutos inertes, sintéticos y con un aspecto similar a los bloques ahora rechazados.
Grandes montículos, alzándose como honrando al gobernante de turno, fueron acumulándose en proximidades de las principales ciudades y varias intermedias. En una de ellas, un policía que ayudaba en la tarea de apilar de forma más o menos ordenada las cargas que llegaban, preguntó a su compañero: ¿que planearán hacer con todo esto? Finalmente, esto es barro cocido y su nacimiento se da por ser cocinado.
- No lo sé, Alfonso, parece que quienes evaden la realidad no están en las calles ni en la cárcel.
1 comentario:
La última línea lo dice todo!
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