Quisiera algún día tener el poder de convicción de la lluvia. Porque en ella todos creen, todos la dan por cierta, a pesar de tener ante sí su inminencia y nada más.
Cuando el horizonte no es más que un recuerdo ajeno a los sentidos pero a la vez presente, latente, es historia y es nostalgia por lo que se tuvo alguna vez; es en ese momento que todos buscan refugio de su verdad, cubren sus cabezas de aquella avalancha que filtra la visión del mundo y le da a cada cosa su lugar en la mirada, y de su invasiva compañía, fría e inseparable que todo lo toca, todo lo siente. Es la materialización del éter tan buscado y explicado pero nunca encontrado... es el límite entre el patrón y la estructura, entre el elemento y la inmensa música de las cosas.
Este espectro atropellado se detiene sobre el mundo e invita a la inmensidad a detenerse.
Y ella se detiene, sólo para dejarse tocar, dejarse sentir, dejarse contar la historia del día que el sol brillaba más allá de la lluvia y su nube en las que todos creían.
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