Hacer anuncios para publicitar un producto relacionado con el cuerpo, los fluídos corporales o la salud del cuerpo, solía estar mediado por eufemismos. Como los que usaban en las películas gringas para indicar que una pareja heterosexual estaba en medio del sexo (¿del delicioso?).
(No encontré los que mostraban trenes entrando a túneles, pozos petroleros y esas cosas)
Uno pensaría que el feminismo logró que las toallas y tampones ahora se exhibieran en medio de chorros rojos y frascos de laboratorio llenos de líquido rojo. En realidad, fue un innovador traído de centroamérica el que llegó y se hizo pionero en la pérdida del asco. Con los tratamientos para los hongos en los piés, en el fragor de los espacios para anuncios durante los noticieros del mediodía. Ese señor, al que tuve la fortuna de conocer y con el que terminé teniendo una sesión inesperada de mindfulness (amenizada por una suerte de pandereta hecha junto a la tribu cherokee), pensó que era una gran idea decir Sí, parce, a todos nos puede salir esa vaina en las patas, la ONICOMICOSIS, y cuando vamos a piscinear, se nota y se ve feo. Pero tiene solución. Una suerte de empatía chocante.
Los pañales siguen usando agüita azul y los laxantes siguen usando mangueras o atascos de tráfico, porque mostrar mierda en televisión todavía no tiene una forma chic de hacerse. E incluso los anuncios que dan durante el almuerzo tienen un límite. Pero si el fin de la mojigatería tiene a quién agradecerle, es a ese visionario que nos trajo las uñas amarillas y rotas a los televisores de los restaurantes durante el almuerzo.