Extraño a Nito, el gato blanco y lindo, peludito, que se llama Nito.
Lo imagino andando en la noche por las montañas. Con su pelo largo recogiendo el rocío mientras va al trote de cerro en cerro, bajo la luna llena que le ilumina el camino y los ojos verdes. Posiblemente Mariposa, la perrita vecina, le invite a comer algo y tomar agua antes de seguir su viaje. Lo imagino a la luz de la luna, pensando en sus nuevos planes mientras da salticos para ir de cerro en cerro, desandando los pasos.
La siguiente imagen que veo tiene a Nito Alberto andando por Buenos Aires. Contándole a sus antiguos amigos lo lindo que ha sido todo. Las aventuras con M., con sus roomies Canela y Rayitas. Los días del humano al que le cagaba la ropa. Las noches con el otro humano, con el que le gustaba dormir porque no le quitaba a su humana. Las tardes con Chloe y los desayunos con caldo de pollo. El pollo que se robaba impunemente. El paté. El pollo.
Al final, siempre lo veo en un barco trasatlántico, en la cubierta mirando al horizonte mientras regresa a su Italia natal (como buen argentino que es). A veces lo veo con un sombrero puesto, a veces sólo veo su pelito blanco mecido por la brisa del mar. Siempre lo veo con esa expresión extraña que mezclaba emoción y nostalgia. Posiblemente sin dejar de extrañar nunca el jardín de su casa y a la humana que lo llevó de un rincón oscuro de BsAs al jardín más florido e iluminado de Bogotá.
Lamento no haberte podido ofrecer este nuevo hogar, más soleado y lleno de flores. Gracias por compartirme a tu humana. Gracias por confiar lo suficiente para ser tu humano suplente, al que podías pedirle comida si la humana estaba ocupada (o muy dormida).
Te extrañamos. Buen viaje, peludo.