¿A qué le temen más las personas, a los sentimientos que provocan en los demás o a los sentimientos propios? ¿Será más miedoso el odio ajeno que el temor propio?
A veces, la respuesta es fácil cuando no has llegado a odiar, incluso a las personas muy cercanas que han decidido poner su comodidad por encima de la confianza que tenías en ellos. Cuando el odio no te dura y se hace muy parecido a la ira repentina y pasajera; es ahí que algunos decidimos cuidarnos de temer sabiéndonos incapaces de albergar odio.
Supongo que el rencor, la otra cara del odio, es completamente visceral y sólo sobrevive cuando no se dedica el tiempo suficiente a pensar en los motivos reales y en saber qué se siente en realidad. Creo firmemente que es sólo una excusa y nada más.
Es fácil prometer que no se odiará jamás sin faltar a mi palabra. Es imposible decir que no se tendrá miedo.
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