Un fantasma es un proxy entre la realidad y nuestras emociones. Todo cruza al fantasma y, de acuerdo a como esté definido el fantasma, lo que nuestras emociones reciben llega modificado o llega directo desde la realidad.
Es un codificador de patrones. Lo ponemos entre nosotros y todo aquello que no entendemos, incluso si son partes de uno mismo que no se entienden. Lo usamos para codificar eso incomprensible en términos cotidianos para nuestras elaboraciones.
La exnovia, el hermano muerto, la amistad perdida, todas son representaciones espectrales que no existen más allá de la propia descripción que se tiene de la realidad. Todas esas representaciones aluden a algo ya muerto (de forma figurada y puede que de forma real). Qué curioso resulta describir lo vivo, lo que fluye y existe, a partir de definiciones nacidas de lo muerto, de lo que permanece en equilibrio e inmutable.
Qué forma enfermiza de lidiar con la nostalgia es esa.
marzo 06, 2017
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