junio 20, 2014

La censura, el asco

Leía hoy este artículo sobre el pudor y la censura alrededor de la menstruación y pensaba en lo que lleva a las personas a mantener en la oscuridad todo lo que tiene que ver con la forma como funcionan sus cuerpos. La saliva, los mocos, los orines, la mierda, la sangre. Todo está ahí o aparece periódicamente como resultado de nuestra existencia. No seríamos como somos si no fuese por estas cosas que creemos poco dignas o simplemente odiosas. Nos da asco aquello que debería resultar más natural.

Es normal que nuestros sentidos nos indiquen que es mala idea comernos un bocado de mierda. Nos podemos enfermar. Hacen lo mismo con la comida rancia o podrida. Llevamos muchas generaciones en estas como para que el cuerpo de nuestra especie falle con algo tan simple. Sin embargo, es poco menos que infantil la sorna y la desaprobación que surge cuando alguien se limpia la nariz o cuando a una muchacha se le mancha el pantalón en la entrepierna, siendo que uno esperaría una identificación básica con esa persona si se parte de la premisa según la cual TODOS compartimos esos mínimos vitales. Todos tenemos nariz y mocos, todos los seres humanos con órganos sexuales femeninos menstrúan durante un período de su vida.
En pocas situaciones es más evidente el disgusto y el asco por lo que hace el propio cuerpo que durante el sexo. Los olores, los fluídos, el sudor, todo eso choca con la pulcritud que más de uno busca diariamente. No hay gel desinfectante que valga.
Es más frecuente que se interrumpa el sexo por el pudor de dejar ver y tocar la sangre durante la menstruación que por el problema real que puede significar el manchar las sábanas (y tener que lavarlas). Creo incluso que las parejas de estas mujeres coexisten y dan cabida a este pudor porque a todos nos inculcan ese mismo temor y la necesidad de no involucrarnos con esas «cosas sucias». Los chistes replican esa cotidianidad cuando usan la situación de la mujer que no puede tener sexo vaginal durante la menstruación. Es «lo normal».

¿Es usted un fascista de la salud? ¿Se preocupa constantemente por llenar sus manos de gel antibacterial? Piense en esto: La colonia de microorganismos que habita allí vuelve a su población habitual unos treinta o cuarenta minutos después de lavarse las manos, con o sin piedra pómez, con el jabón de avena o con el que dice acabar el 99.9% de los gérmenes. Son las especies poco habituales las que requieren que nos lavemos las manos después de defecar o tirar la basura, pero las que viven allí regularmente coexisten pacíficamente con nosotros.

Pienso que las mujeres deberían estar en la libertad de vivir y convivir con su cuerpo a plenitud. Sí, lo sé, los hombres también. Aceptémonos como somos, que harto trabajo le llevó al azar llegar a semejante construcción. Sudamos, producimos algo viscoso dentro de la nariz, sangramos, desechamos lo que no nos sirve. Así somos. Sudemos más, reconozcamos nuestra propia humanidad reflejada en el semejante que se come un moco despreocupadamente. Y bueno, dejen la bobada con el sexo durante la menstruación. Ofrézcanle ese nuevo espacio de libertad a su pareja. Liberación de la censura y el pudor innecesario.

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